Sin duda, disfruto todas las bodas, bien sea por el amor que desbordan los novios, por la sincronía de cada momento de la boda y la celebración, por la exquisitez de los ambientes o la cena, o por la sencillez que logró hacer todo perfecto.
Pero debo confesar que algo en lo que me gusta agudizar mi ojo crítico, es en la etiqueta; tanto la que proponen los novios en las invitaciones o partes como la que cumplen o no los invitados.
A los futuros esposos yo les recomiendo, para no poner en aprietos mayores a sus invitados, revisar muy bien este tema y tratar de especificar claramente cuál será el estilo o la temática de la boda. La idea es que los invitados se vean armoniosos, se vean auténticos, se vean cómodos y no disfrazados para un evento.
No nos engañemos, pero cuando la etiqueta no era justo esa para nuestros invitados, es claro que el salpicón de vestidos y estilos se nota porque se nota.
Hagamos que nuestra etiqueta sea el perfil predominante de nuestros invitados y en el sitio y hora en el que celebraremos nuestra boda. ¡Claro que sí! No es que subvaloremos nuestros invitados, pero si por su entorno socio-económico o sus edades no aplican para “hacerlos” vestir de corbata negra, no lo hagamos.
Lo digo porque me ha tocado ver más de una boda con vestidos vintage, que exigían los novios en su invitación, y solo unos 3 invitados se tomaron la tarea de vestirse para el momento. Los demás… o no sabían la etiqueta que solicitaban los novios o la ignoraron. Los 3, en lugar de estar acorde con la temática terminaron “desentonando” y descolocados dentro del grupo de trajes de fiesta. Otros, se sobrecargan y resultan con trajes con brillos y sedas en pleno día, algo totalmente fuera de lugar.
Sin duda, queremos la mejor boda del mundo, pero no pensemos solo en cómo nosotros queremos que todo salga y en cómo queremos que todos luzcan. Una vez más traigo o colación aquella sabia expresión que dice: ¡Menos es más!